Para los católicos españoles (supongo que la mayoría, incluidos algunos catalanes), las declaraciones episcopales sobre los indultos han suscitado una nueva confirmación de lo que ya se sabía: no dejan de apoyar los indultos, aunque sin tener necesariamente que apoyarlos, teniendo en cuenta que están en contra de todo lo que sea saltarse la Constitución, pero abriendo las puertas, los puentes, los acueductos y los pasadizos e incluso las mazmorras, a todo lo que sea diálogo –siempre que sea constructivo-, y contenga en sí un componente de respeto a la Ley, pero manteniendo la disposición para que no haya posturas rígidas que impidan el libre ejercicio de la capacidad antropológica, que permita apoyar cualquier opinión que esté en el marco de la convivencia que-todos-nos-hemos-dado.

–¡Uf! Hay que ver el trabajo que me cuesta redactar esto. A ellos sin embargo, les sale de carrerilla. Ya llevan muchos años ensayando la prosa verborreica que dice pero no dice; que afirma, pero sin dejar de negar; que propone aunque sin querer imponer; que dicta, sin una clara indicación de obligatoriedad.

En esas estamos. Mientras tanto, las cosas siguen su camino. Les cuesta trabajo eso de la tan manida y cacareada tolerancia cero para otros temas. Para la destrucción de España, no tienen opinión. No está bien oponerse a los hermanos de la Conferencia Episcopal Tarraconense. Al fin y al cabo, el agente Omella está en las dos. La fraternituti está en juego.

Y es que no es buena la rigidez. Aquella de la que hablaba Jesús cuando decía: Sea vuestra palabra Sí, Sí, No, No. Así nos lo ha transmitido el evangelio, claro que probablemente escrito por algún cristiano rígido del siglo I y no por el Espíritu Santo, que odia la Claridad. Hay que ser líquidos y maleables, plastilinos y bizcochados, pasteleables y moldeables. Francisco I, que tiene tolerancia cero para los rígidos, habla de ellos con extrema claridad. Todos entienden lo que quiere decir y no necesitan aclaraciones posteriores. Y por si hubiera dudas, él mismo lo clarifica. En la última Audiencia General, se ha despachado a gusto con los que piensan que predican la verdad y no son más que rígidos. A ellos se refería Su Santidad esta misma semana hablando de la Epístola de San Pablo a los Gálatas, que por lo visto ya tenían por allí puntillosos y vinagretos que querían que los gálatas “perdieran su identidad cultural y se circuncidaran” (sic):

También hoy, como entonces, está la tentación de encerrarse en algunas certezas adquiridas en tradiciones pasadas. ¿Pero cómo podemos reconocer a esta gente? Por ejemplo, uno de los rasgos de la forma de proceder es la rigidez. Ante la predicación del Evangelio que nos hace libres, nos hace alegres, estos son los rígidos. Siempre con la rigidez: se debe hacer esto, se debe hacer esto otro… La rigidez es propia de esta gente.

Siempre con la rigidez: se debe hacer esto, se debe hacer lo otro…

Por eso los Obispos de la Conferencia Episcopal Española no quieren ser rígidos. Nada de “se debe hacer esto, no se debe hacer lo otro”. Mejor “no se debe hacer esto y se debe hacer lo otro”. O mejor todavía, “hágase esto o lo otro sin dejar de hacerlo”. O “deje de hacerlo, si no quiere que se haga”.

Ante la clarificadora rueda de prensa del Obispo Secretario, un periodista le ha preguntado si entonces estaban en contra o a favor de los indultos. Y se le ha disparado al Obispo el subconsciente: -Lo que tú quieres es que te diga Sí o No. Pero en realidad nosotros… bla, bla, bla….

Lo dicho. Cuando Jesucristo hablaba de Sí, Sí, No, No, seguramente lo hacía para los rígidos, y hasta ahora la Tradición lo ha interpretado mal. La traducción correcta (si San Jerónimo se hubiera manejado bien en latín y griego) habría sido: Sea vuestra palabra Sí y No. Sí y No.

Bienvenidos a la nueva normalidad.

Fray Luco de FG