Algunos de los míos se quejan de mi insistente-insistencia en advertir que estamos viviendo en la Iglesia una suerte de hipocresía monumental, que basa la actividad Pontificia en un show mediático descomunal. Todo es magnificado con celebraciones de diversa índole, muecas estereotipadas y garambainas muy bien estudiadas. Y diariamente, además. Desde luego Francisco hubiera sido un magnate y un prócer de una supuesta Agencia de Publicidad Mundial, destinada a acabar con el Mundo.

Tanto teatro, me ha recordado la famosa fábula de Esopo sobre el Parto de los Montes. Nuestro Samaniego la versificó en castellano, concluyéndola con estos versos:

Hay autores que en voces misteriosas

estilo fanfarrón y campanudo

nos anuncian ideas portentosas;

pero suele a menudo

ser el gran parto de su pensamiento

después de tanto ruido, sólo viento.

Así lo pensé desde el primer día que se nos anunció que el Papa iba a darle un impulso a la Confesión con motivo del Año de la Misericordia. Por supuesto, no me lo creí en ningún momento. Porque si el Papa de toda la Cristiandad se decidiera -de verdad- a impulsar la confesión, bastaría con unos cuantos discursos y mensajes a Obispos, Sacerdotes y Fieles diciendo algo así:

Queridos hijos: Desde el Concilio Vaticano II, la confesión se ha desprestigiado en la Iglesia. Al mismo tiempo que Teólogos y Pastores destruían el sentido del pecado, en las iglesias se quitaban los confesionarios y los sacerdotes rehuían la confesión. Durante más de 50 años la confesión ha sido ridiculizada. Pero hay que recuperarla. No es suficiente con que los sacerdotes se sienten media horita al día en el confesionario (los que se sientan), sino que hay que hacer una verdadera Cruzada para acabar con la terrible plaga de que el pecado no existe. Animo y exijo como Sumo Pontífice a Obispos y sacerdotes, a que  confiesen en todo momento, no nieguen a nadie la Confesión, adoctrinen a los cristianos en lo que siempre ha dicho la Iglesia Católica y prediquen sobre el pecado como ofensa a Dios. Recordando a todos, que nadie se puede salvar si no está en estado de gracia en el momento de su muerte.

Este texto es imposible que sea escrito por un Papa postconciliar; y menos por Francisco. Hay que darle más colorido. Y con mucha maña. Porque en realidad no se trata de recuperar la confesión, sino de escenificar el año de la confesión. Primero se dice que los confesores estarán más disponibles. Y que todos van a estar autorizados para perdonar los pecados para los que hace falta dispensa. Como si no hubiera ya dispensas antes de esta dispensa.

Como yo soy tan mal pensado, veo que se presenta el peligro y la maldad del pecado, pero solamente calificados como casos graves. Como si no hubiera pecados diarios que nos puedan llevar al infierno. Es como cuando el Papa habló de los corruptos en Nápoles diciendo que ese es el verdadero pecado. Es como si un dirigente político alertara del peligro de la bomba atómica, pero guardara silencio sobre el peligro de asesinos, ladrones y malechores. Hace poco el Papa hablaba en estos términos: Pecadores sí, corruptos no.

No entiendo nada. O sí entiendo todo.

El colmo está en la designación de mil sacerdotes como misioneros de la misericordia. Designación expresa por el Papa, se nos ha estado diciendo. Para confesar a quien sea y en donde sea, se nos ha estado insistiendo. Para perdonar lo que haya que perdonar, se nos ha estado repitiendo. El Papa los recibe en Roma a todos, los envía (?) -la trampa está en que se hace de la confesión algo especial en el año especial de la misericordia, y que se les envía de forma especial como si el sacerdote no tuviera ya por su ordenación la potestad de perdonar los pecados-. Y en su audiencia a los mil elegidos, les dice que tengan en cuenta que la gente tiene mucha vergüenza para confesarse y no los deben de tratar mal, sino con misericordia. Se nota que este Papa ha confesado poco de cura y de Obispo.

Pues ahora me entero de que el problema de que la gente no se confiese es porque les daba vergüenza. ¿No seá que la gente no se confiesa porque se les anima -se les ha animado desde hace mucho- a no confesarse? ¿porque son los sacerdotes los primeros que no creen ya en la confesión? ¿porque ha sido la propia Iglesia la que ha propiciado en 50 años el abandono de este maravilloso sacramento?

Para España, el Papa ha elegido (por el dedo de monseñor Osoro y otros encandilados Prelados) a varios sacerdotes. Supongo que en sus parroquias estarán hartos de confesar todos los días. Aunque ahora sus parroquias se quedarán sin confesor, mientras ellos ejercitan su oficio de confesor. Lo que me he divertido viendo las condiciones que se requieren para ejercer esta misión, según el ínclito arzobispo Fisichella (que es el que entiende de esto). No me resisto a consignarlas aquí:

Ser personas con paciencia,  para conocer los límites de las personas, y expresar la cercanía de Dios; Ser buenos predicadores, para hablar sobre la misericordia y hacer a todos accesible el mensaje de Cristo; Ser grandes confesores para que el confesionario se convierta en un lugar de acogida, de compresión donde encontrar el perdón; disposición para viajar por todo el mundo y habrá programas de intercambio entre las diócesis de todo el mundo y tener espíritu de sacrificio para estar a disposición todo el año. 

Me he partido de risa al leer sobre todo las dos últimas exigencias: disposición a viajar por todo el mundo, intercambios entre diócesis… (Esto es lo que suelen hacer los clérigos y obispos constantemente: viajar e intercambiar). Y tener espíritu de sacrificio para estar a disposición confesando todo el año: desde Singapur a París; desde Honk Kong a Los Angeles. Así, tendremos sacerdotes de California dispuestos a confesar en Australia. Y sacerdotes de Australia dedicados plenamente a confesar en California. Eso sí: con espíritu de sacrificio.

Todos se preguntaban cuál iba a ser la misión específica de estos mil elegidos. Hoy, a punto de salir ya hacia su divina encomienda, el nuevamente ínclito Arzobispo Fisichela ha hecho el parto de los montes, según nos cuenta un noticiario religioso:

Los misioneros de la misericordia estarán “limitados exclusivamente” a absolver estos cuatro pecados graves.

1.- La profanación de las especies (hostias y vino consagrado) de la Eucaristía robándolas o guardándolas para algún propósito sacrílego.

2.- El uso de la fuerza física contra el Romano Pontífice.

3.- La absolución de un cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento.

4.- La violación del secreto de confesión por parte del confesor.

Pues si para estos cuatro pecados hay mil sacerdotes dando vueltas por el mundo durante un año, prefiero al curita de pueblo que todos los días se siente en su confesionario, o al de ciudad que se pasa mañanas enteras esperando que alguien vaya arrepentido a confesar sus pecados. Y eso un día, y otro y otro. Un año y otro año. Toda su vida sacerdotal. Sin envíos y sin viajes: en su parroquia.

Bueno, reconozco que hoy he irritado a casi todo el monasterio. Menos a Fray Malaquías, que sigue erre que erre con sus teorías y que me apoya plenamente.

Ahora, vamos a esperar las noticias del viaje a México y el encuentro con el espía Kirill en territorio neutral. Yo creo que no es neutral: los tres van a estar en su salsa. La semana que viene comentaré algo con mis novicios. Ya me estoy divirtiendo anticipadamente.

Voy a tener que ir a Singapur a confesarme de este pecadillo.